Que mi hijo tenga rabietas no significa que seamos malos padres

Que mi hijo tenga rabietas no significa que seamos malos padres
María Alejandra Castro Arbeláez

Revisado y aprobado por la psicóloga María Alejandra Castro Arbeláez.

Escrito por Valeria Sabater

Última actualización: 08 abril, 2020

Las rabietas siguen sin ser entendidas y muy criticadas socialmente. Tanto es así, que son muchos los padres que se sienten intimidados por las miradas y comentarios cuando sus hijos estallan de pronto en un llanto o en una pataleta. Al instante, no falta el juez de turno y el experto que lo acompaña para decir aquello de “ahí está un ejemplo de unos malos padres”.

La sociedad es muy ávida a la hora de colocar una etiqueta rápida, un cuño sin derecho a réplica y esa flecha que al instante nos cataloga de pésimos progenitores por no tener unos niños silenciosos, dóciles y tranquilos como estatuas de sal.

Se les olvida, quizá, que un niño normal es inquieto, es ruidoso, es colorido y es alegre. Aún más, nadie puede ver con malos ojos a un bebé que llora, a un niño de poco menos de un año que en un restaurante, en el vagón de un tren o en un avión inicia un llanto desconsolado. Los bebés tienen necesidades y las expresan mediante este lenguaje que todo madre y todo padre entiende.

Seamos pues más sensibles a esta realidad y entendamos que una rabieta, que una pataleta, no es sinónimo de una mala crianza descuidada o deficiente.

Cuando las rabietas nos hacen tener miedo a sacar a nuestros hijos a la calle

niña con rabietas

María y Alberto son una joven pareja que hace poco ha adoptado una niña de 4 años. Como padres, habían previsto todo lo que querían darle y enseñarle a esa pequeña, que en sus mentes solo cabían las ilusiones, los retos y todas las felicidades que iban a alcanzar siendo ahora una familia completa.

Sin embargo, algo que no habían previsto era que su pequeña hija fuera tan propensa a las rabietas. De hecho, suelen ser más comunes cuando salen a comprar o cuando van con ella a comer a un restaurante. Cuando sus exigencias no son satisfechas, la niña estalla y lo hace de manera llamativa.

Al poco, las miradas caen sobre ellos como los pájaros que se unen en un tendido eléctrico para ver el paisaje. Los comentarios no tardan en aparecer, y al poco, María y Alberto salen corriendo con su hija en brazos. El apuro que sufren es tan intenso que han llegado a pensar si no será mejor esperar a que la niña sea más grande para salir a comer con ella.

¿Están en lo cierto? ¿Deberían hacerlo? Por supuesto que no. A continuación, te proponemos reflexionar sobre ello.

Las rabietas y la madurez emocional

Las rabietas son comunes entre los 3 y los 6 años. En esta edad, como madres y como padres tenemos una responsabilidad básica y esencial: ser unos buenos gestores del mundo emocional de nuestros niños. Una adecuada gestión en este periodo de tiempo asentará sin duda unos buenos cimientos a la hora de controlar la frustración, el enfado o la rabia.

  • Optar por no salir con los niños por miedo a llamar la atención, puede intensificar aún más el problema. Los niños son parte de la sociedad y deben aprender a convivir de forma temprana en esos contextos cotidianos donde se mueve toda familia.
  • Una rabieta no es más que una tensión emocional. Es rabia contenida, es la frustración que los atenaza, un problema no resuelto y la inmadurez de una mente que lucha por entender el mundo.
siestas en brazos de mama

En el caso aquí planteado, lo que esta joven pareja debe hacer es trabajar día a día esas pataletas de su hija. Lo más probable es que aún no se haya adaptado a ese nuevo entorno, a sus padres, y que su interior, aún esté lleno de emociones contrapuestas ante las cuales, los padres deben ser sensibles.

Esto pueden hacerlo mediante la observación, la paciencia, la cercanía, el desahogo emocional y ese acompañamiento continuo donde no quitar nunca nuevas oportunidades de aprendizaje.

No me critiques como madre, no me etiquetes como padre: entiende a mi hijo

Ante la incomprensión social de quienes nos miran mal cuando nuestro bebé llora o cuando nuestro hijo grita, se mueve o se enfada, también hay que tener paciencia. Sin embargo recuerda, jamás alteres tu forma de vida por temor a ser juzgado, por miedo a que tus hijos estallen en una pataleta.

Hay que educar en casa, y debemos educar también en público de forma acertada, justa, rápida y paciente. Si nuestro hijo inicia una rabieta no levantes la voz, no le grites o intensificarás aún más la emoción negativa.

  • Lo más adecuado es levantarnos e ir a un espacio tranquilo y aguardar a que deje de llorar haciéndole saber que estamos ahí, con él o ella. Es el único modo en que será receptivo a nuestras palabras.
  • Una vez el llanto se haya sosegado nos pondremos a su altura y hablaremos sobre lo ocurrido. Llegaremos a a un acuerdo, lo guiaremos, lo motivaremos siempre de forma cercana, democrática, firme pero empática.
  • Habla un lenguaje que el niño pueda entender y nunca desprecies sus emociones. No digas “eso no es nada o es una tontería”. Entiéndelo pero racionaliza sus emociones haciéndole ver la realidad de las cosas.
  • Una vez volvamos a ese entorno público, lo haremos con calma y tranquilos, reforzando cada cosa que el niño haga bien. “Ahora sí que estoy orgullosa de ti”, “Ahora si que actúas como un chico mayor, eres genial”.

Para concluir, somos conscientes de que estos logros no son sencillos, que requieren tiempo, maña y esa artesanía emocional que a veces tanto nos exige. Sin embargo, pocas cosas pueden ser tan gratificantes como acostarlos por la noche y sentirnos orgullosos porque por fin, van madurando emocionalmente, siendo más acertados en sus reacciones gracias a nuestra ayuda.

Las rabietas forman parte de una etapa en muchos niños, aprendamos pues a gestionarlas dejando a un lado lo que otros digan o piensen sobre nosotros.


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