Enseña a tu hijo que la motivación se construye

Es humanamente imposible levantarnos cada día eufóricos y completamente motivados. Pero esto no ha de impedir a los menores seguir disfrutando de su día y trabajando por sus metas.
Enseña a tu hijo que la motivación se construye
Elena Sanz Martín

Escrito y verificado por la psicóloga Elena Sanz Martín.

Última actualización: 20 mayo, 2020

A todos, en múltiples ocasiones, nos cuesta hallar la motivación necesaria para cumplir con nuestras tareas. Cuando tenemos el ánimo bajo, cualquier actividad parece un mundo. No es de extrañar, entonces, que a los más jóvenes les ocurra lo mismo. Por ello, es importante enseñarles, desde sus primeros años, que la motivación se construye.

La infancia presenta un terreno fértil ideal para transmitir a los pequeños aquellas ideas que guiarán su mundo interior y su conducta futura. Es necesario, entonces, hablarles de perseverancia, de organización y de responsabilidad. Valores que los ayudarán a perseguir sus metas y a lograr sus objetivos.

Pero, igualmente, hemos de explicarles qué hacer cuando las ganas de seguir adelante parecen haberse esfumado. Hasta la persona más responsable, hasta el niño más aplicado y obediente puede enfrentar la apatía en algún momento. Dotarle de los recursos necesarios para comprender qué le ocurre y cómo puede cambiar su estado será un inmenso regalo.

Tomar el control sobre las emociones

La mayoría de las personas actuamos en función del estado de ánimo que tenemos en cada momento. Los días que nos levantamos pletóricos y llenos de energía realizamos mil actividades y somos muy productivos. Por el contrario, cuando nos encontramos apáticos, decaídos o desganados evitamos realizar cualquier tipo de tarea.

Niña con los pulgares arriba porque le han enseñado que la motivación se construye.

En los niños esta tendencia puede ser aún más marcada, ya que ellos se rigen, en mayor medida, por el principio de placer. Buscan satisfacer sus deseos y evitar el malestar a toda costa.

Aislarse y descansar en momentos puntuales puede resultar saludable, pues es necesario escuchar a nuestro cuerpo. No obstante, no hemos de caer en la trampa de permitir que nuestro ánimo determine nuestra vida.

No podemos sentarnos a esperar que las ganas lleguen, que la inspiración y la energía aparezcan, pues la motivación no se encuentra, se construye. Se trata de un trabajo de responsabilidad con uno mismo.

Un compromiso con uno mismo

Es muy recomendable que enseñemos a los jóvenes a comprometerse consigo mismos como un modo de enfrentar la desgana. Comprometerse con uno mismo y con los objetivos propios implica tomar el control y actuar, aunque no se tengan ganas en ese preciso instante. 

Por ejemplo, puede que un niño desee formar parte del equipo de baloncesto escolar y disfrute enormemente este deporte. Sin embargo, es probable que haya días en los que no desee acudir a los entrenamientos, porque está cansado o ha tenido un mal día.

No obstante, si recuerda su compromiso, hallará un motivo para vencer la desidia y asistir. Y no lo hará por obligación de sus padres o maestros. Su decisión se basará en la convicción de que es algo que él mismo desea.

Del mismo modo, tal vez desee hacer amigos pero sienta miedo de apuntarse a un campamento de verano. Aunque la motivación flaquee, el amor propio y el pacto establecido consigo mismo le proporcionarán el impulso para acudir.

Llegada la adolescencia, es muy probable que los jóvenes encuentren dificultades para cumplir con las tareas escolares, esforzarse y estudiar para obtener altas calificaciones. Es humanamente imposible levantarnos cada día eufóricos y plenamente motivados. Es en estos casos cuando los menores han de recordar que ellos poseen el control, y no sus emociones.

Niño muy motivado con su educación y sus estudios.

Así, un joven podrá hallar en su deseo de acceder a la carrera de medicina el empuje necesario para estudiar cada día. A pesar de estar cansado, distraído o inapetente.

La motivación se construye

Paradójicamente, niños y jóvenes podrán descubrir que, a medida que actúan, la motivación inexistente va apareciendo ante sus ojos. Una vez inmerso en el entrenamiento de baloncesto, el niño irá recobrando energía y terminará disfrutando de una agradable tarde con sus amigos.

El pequeño que temía acudir al campamento observará cómo cada día su ilusión y sus ganas por permanecer allí van aumentando. Asimismo, el joven que no deseaba estudiar terminará sintiéndose orgulloso de su hazaña y la productividad de sus horas de estudio.

Si sucumbimos ante la desmotivación, esta únicamente aumentará. Si nos sentamos a esperar que las ganas aparezcan, solo paralizaremos nuestra vida y alimentaremos este estado de apatía. Por eso, anima a tus hijos a actuar cada día, aunque sientan tristeza, pereza, miedo o desgana. Solo un poco cada día será suficiente para poner en marcha la maquinaria para construir la motivación que andaban buscando.


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