El amor de mi vida me llama mamá

El amor de mi vida me llama mamá
María Alejandra Castro Arbeláez

Revisado y aprobado por la psicóloga María Alejandra Castro Arbeláez.

Escrito por Raquel Aldana

Última actualización: 07 febrero, 2020

No tenemos ninguna duda, el amor de nuestras vidas nos llama o nos llamará mamá. Y echa mocos. Y llora. Y destroza todo lo que tiene a su paso cuando se descontrola en sus rabietas o cuando la euforia hace su labor con determinación.

A veces hace todo eso pero, al mismo tiempo, ocasiona que nuestro corazón sonría tanto que de ternura y amor sentimos explotar. No hay nada más especial que sus abrazos, sus caricias y sus arranques de afecto.

Porque ser mamá es tener para el resto de tu vida tu corazón fuera del cuerpo, latiendo por su cuenta y aprendiendo a vivir bajo el paraguas de una sonrisa que será tan infinita como luminosa.

Pies de un bebé

El amor de madre, el mejor manual de supervivencia

El amor de madre nos proporciona un sexto sentido, un instinto especial para saber cómo dar amor en cada momento. Este es el mejor manual de supervivencia para nosotras y para nuestros hijos, los cuales recurren habitualmente sin dudar a hacer uso de nuestro sentido especial, nuestra protección o nuestro amor.

Es un tipo de amor que crece de manera exponencial cada día, que no tiene medidas, límites o condiciones y que se ofrece siempre de manera desinteresada. Y es que a un hijo se le comienza a amar durante los 9 meses de gestación de manera tan especial, dulce e intensa que no puede compararse a nada.

El apego saludable, un vínculo especial entre madre e hijo

Cuando hablamos de apego infantil nos referimos a un vínculo afectivo que se forma entre la madre y el niño desde que una mujer comienza a sentir su maternidad.  Este apego, fundamentando en el amor de madre, contribuye a asegurarle al niño los cuidados necesarios, así como a establecer una red afectiva incondicional y duradera.

Besos de cariño y una mamá a su hija

Así, desde el primer momento, la carita redondeada del bebé, su frente amplia, sus ojos grandes, sus mofletes, su nariz chata y su pequeña barbilla componen en nosotras la conjunción de la ternura  y el amor hechos realidad.

Entonces nos damos cuenta de que el amor puede tener nombre y que es de carne y hueso, lo cual nos conduce a protegerlos y a quererlos con más fuerza cada segundo del día. Los bebés, por su parte, nos corresponden en afecto como la naturaleza ha dispuesto, a través de sus llantos, sus sonrisas y sus expresiones emocionales.

El llanto en los primeros meses de vida constituye una poderosa señal para atraernos a detenerlo, garantizando así el bienestar de nuestros pequeños. Si bien cada niño llora de diferente manera (las madres somos capaces enseguida de identificar el llanto de nuestros hijos), también existen diferentes tipos de llanto.

  • El llanto de dolor comienza repentinamente y se caracteriza por su falta de ritmo.
  • El llanto de hambre, frío o incomodidad es un llanto suave que aumenta progresivamente su intensidad.
  • Luego está el llanto del niño por estar solo, por no sentir la presencia de su madre, el cual corrobora que la atención afectiva y la compañía es una necesidad tan primera como el hecho de obtener sustento alimenticio o estar protegidos del frío.
Mano de una madre con su bebe

Estas últimas señales sonoras constituyen un lenguaje maravilloso de comunicación afectiva con nuestros niños. Es algo así como:

-Mamá, ¿estás ahí?

-Sí, cariño, estoy aquí. Puedes estar tranquilo.

Otra poderosa señal infantil es la sonrisa, la cual está presente de alguna manera desde las primeras semanas y se acaba consolidando hacia el segundo o tercer mes de vida. Sus sonrisas nos hacen sentir tan bien que nos cautivan y nos envuelven en un irresistible sentimiento de amor de madre.

Las expresiones emocionales nos permiten conocernos e interactuar afectivamente, aprendiendo juntos lo que significa sentir una sintonía tan especial con alguien y algo en el mundo.

El amor de madre nos hace querer estar siempre a su lado, embelesarnos ante ellos, hablar de manera dulce y ser capaces de sentir con nuestros niños, de ser sensibles a sus señales y a sus tiernas voces que nos envuelven y nos colocan en el trono del reino de sus vidas llamándonos mamá.


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