La depresión en los niños
En un principio puede parecer que, por estar inmersos en un ambiente de juegos y travesuras, los niños no son capaces de deprimirse. Pero la realidad es distinta.
La depresión en los niños existe y es una enfermedad. Incluso los recién nacidos pueden ser víctimas de este trastorno capaz de desatar los más fuertes sentimientos de infelicidad.
El mayor problema con esta patología infantil es que puede pasar desapercibido.
En ocasiones ni los propios niños entienden lo qué les pasa. Ellos enfrentan emociones y sentimientos que no saben expresar ni mucho menos superar. Y aunque para algunos sus acciones sean un signo de debilidad, realmente son síntomas de un desorden emocional peligroso.
- Apatía.
- Agresión.
- Nostalgia.
- Desmotivación.
- Baja autoestima.
- Cambios de humor.
Estos son algunos de los indicios más claros de depresión en niños. Sin embargo puede haber mucho más que eso. Conflictos personales, alteraciones psicológicas y enfermedades, podrían escudarse en ella durante mucho tiempo.
¿Qué provoca la depresión en los niños?
La química del cerebro, la biología, las experiencias de vida, la salud física… Muchos factores conllevan a la depresión, pero en los niños hay uno que los hace más vulnerables: su inmadurez para el control de las emociones.
Factores de riesgo asociados:
- El entorno (social y familiar).
- La predisposición genética. Estudios clínicos han demostrado, que los hijos de padres con depresión son cuatro veces más propensos a ser diagnosticados.
Los niños criados en hogares disfuncionales también tienen más probabilidades, así como aquellos que reciben una educación inadecuada.
Un niño que no tolere las frustraciones o se acostumbre a exigir recompensas por sus actos, puede experimentar la depresión en algún momento. Por otra parte, los niños que son maltratados o abusados, o que enfrentan una pérdida, son propensos a tener depresión.
¿Cómo determinar si un niño está deprimido?
La depresión en los niños puede tener evidencias clínicas y emocionales. La tristeza es uno de ellas, pero no la más significativa.
Se habla de un cuadro de depresión cuando por más de 2 semanas consecutivas (y sin efecto de alguna sustancia), se presentan uno o varios de estos síntomas:
- Sentimiento de culpa.
- Hostilidad, irritabilidad o cólera.
- Intentos o ideas autodestructivas.
- Molestias físicas sin explicación médica.
- Alteraciones del peso sin causa aparente.
- Sentimiento de vacío, desesperanza.
- Agitación o inhibición de la actividad psicomotriz.
- Problemas del sueño o dificultad para concentrarse.
- Apatía, soledad, negatividad, tendencia al llanto o a los gritos.
- Incapacidad para disfrutar del colegio o las jornadas recreativas.
- Desánimo, falta de energía, rechazo al habla, bajo rendimiento escolar.
Los bebés también se deprimen
El organismo de los bebés viene preparado con competencias motoras, afectivas y sensoriales que le ayudan a procesar la información que reciben.
Al llegar al mundo, los bebés buscan aferrarse a quienes le brinden resguardo y supervivencia. Se sienten más felices en la medida en que sus vínculos resulten más satisfactorios.
Si lejos de recibir amor, encuentran rechazo y falta de afecto(especialmente de la madre), la depresión se hará presente. ¿Cómo? Con apatía, inhibición al llanto, ausencia de risa, falta de respuesta a los estímulos y apego a los extraños.
Si un niño de ocho meses prefiere estar en los brazos de un desconocido, que en el de los padres, algo extraño sucede. Lo mismo si se muestra callado, sin ánimos de explorar el mundo que lo rodea o, peor aún, con retrasos en su desarrollo.
Si a los 17-18 meses no camina o a los 2 años no ha dicho una sola palabra, también puede estar deprimido. Normalmente esto se relaciona con padres deprimidos.
¿Cómo diagnosticar y tratar la depresión en los niños?
No hay un método específico para detectar la depresión en los niños. Las entrevistas, los cuestionarios y las consultas con profesionales de la salud mental, permitirán establecer un diagnóstico. Hay estrategias aplicables para cada edad.
Los tratamientos deben ser individualizados, adaptados a la fase de crecimiento, a sus comportamientos, a su maduración afectiva y a su funcionamiento cognitivo.
Hay terapias dinámicas y sistémicas para identificar parámetros patológicos de interacción. Y a partir de allí se elegirán las técnicas para hacer frente a la situación. En algunas circunstancias éstas pueden ir acompañadas de medicinas.
La comprensión de los adultos es clave. El cariño, el respeto y el fomento de relaciones sociales con niños de su edad son fundamentales.
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