¿Somos los padres que queremos ser?

¿Somos los padres que queremos ser?
María Alejandra Castro Arbeláez

Revisado y aprobado por la psicóloga María Alejandra Castro Arbeláez.

Escrito por Equipo Editorial

Última actualización: 11 abril, 2020

Alguna vez se han detenido unos instantes a pensar si están llevando la maternidad o paternidad tal como lo soñaron. ¿Efectivamente somos los padres que queremos ser? Sin dudas se trata de una de las reflexiones que más frustración puede causar en quienes lo dan todo por sus hijos.

Son varias las trabas que nos impide llegar a ser eso que tenemos en mente cuando nos enteramos de que seremos artesanos de una inocente nueva vida. Si bien hoy en día abunda información en internet y cada vez más especialistas nos marcan el camino, otros tantos detalles nos desvían del mismo.

Hoy en día es muy difícil ser los padres que queremos ser. No está permitido, está mal visto y -en consecuencia- no nos lo permitimos nosotros mismos. Toda la información que llega a nuestras manos y el anhelo de ser lo mejor para nuestros pequeños nos hacen pensar que estamos haciendo todo mal.

El peso social se convierte sin más en otro factor relevante. Pues familiares, amigos e incluso completos desconocidos estarán atentos a lo que hagamos con los niños. Para ayudar o por el motivo que sea, ello modifica nuestro comportamiento y accionar como madres y padres.

Un capítulo aparte merecería la pérdida paulatina de la conexión familiar. Pues este es el elemento clave para comprender los motivos por los cuales los adultos tienden a perder las riendas ante el mínimo conflicto que surja. Sí, aunque no o creas, un vínculo arraigado con tus hijos salva hogares enteros.

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La conexión nos acerca a ser los padres que queremos

Para llegar a ser los padres que queremos, hace falta conectar con el menor, y para ello es vital compartir tiempo de calidad con ellos. Sin embargo, lo más probable es que te estés equivocando. No se trata de organizar grandes planes o de simplemente hacer acto de presencia.

Esta conexión consiste en saber lo que ocurre sin que medie una palabra, en ver más allá de los ojos de tu hijo. Comprender sus comportamientos, sus risas y sus llantos. Conocer sus motivaciones, frustraciones y más profundos deseos.

Ahora bien, la realidad es que para llegar a esta instancia también tenemos que entender a la perfección qué es lo que nos ocurre a nosotros mismos. Seamos honestos, si no nos interpretamos a nosotros mismos, menos aún a aquellos seres tan hermosamente frescos e indescifrables.

Ponte en situación. Identificas cierto problema mas no tienes la capacidad de ofrecer una solución respetuosa porque simplemente quieres finiquitar la situación. Entonces, esa tensión y desesperación te alejan de una reacción más asertiva, alejándote así de un disciplinamiento positivo.

Es así como los mayores de edad solemos anteponer nuestros intereses y prioridades, en un punto de una manera más cómoda, vencidos por el cansancio diario. Puede que la vida nos lleve en cierto sentido a olvidarnos que la maternidad exige de nuestra parte altas cuotas de dedicación y dosis de sacrificio.

La rutina, el enemigo que atenta contra nuestros deseos

El día a día suele a herir progresivamente esta relación que debiera ser inmaculada. “Más tarde jugamos”, es un claro ejemplo de nuestra predilección por las ocupaciones en detrimento de nuestros hijos. Por supuesto que es entendible, lo que no llega a comprenderse son las resoluciones que encontramos.

Muchos tomarán como molestia la interrupción del menor, otros -un tanto menos atinados- apelarán a los gritos y los castigos de toda índole para el niño que solo reclama tiempo. En la vorágine diaria exigimos ridiculeces tales como que el niño presente un comportamiento prácticamente adulto.

Obligamos a hacer aquello que no quieren ni tienen por qué hacer, no les permitimos jugar, ni llorar, ni hacer ruido. Parece imposible entonces entender que estamos frente a un pequeño que actúa como tal, mucho menos recordar que alguna vez fuimos niños. De ponerse en sus zapatos ni hablar.

Por supuesto que todo padre o madre puede equivocarse. Todos lo hacemos. No obstante, lo importante aquí es básicamente saber reconocerlo y pedir las disculpas pertinentes del caso. Empatiza y permítete sentir aquello que ellos sienten para poder ofrecer una respuesta a su altura.

Los viejos métodos, otros rivales de nuestra crianza ideal

Efectivamente, algunas técnicas propias de los viejos métodos nos alejan de los más chicos. Nuestra grandeza como padres reside entonces en modificar aquello que no arroja buenos resultados. Quizás la educación de tu hijo pase por otro lado distinto al de los premios, amenazas y castigos.

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Puede que una crianza basada en el respeto mutuo, en la inclusión de todas las voces del hogar que formaste sea aquello idealizado. Después de todo, la mayoría de los padres tiene un solo objetivo común: la felicidad plena de sus hijos.

Solo encendiendo viva esta llama de felicidad y alegría será posible conseguir su seguridad, autonomía, autoestima y amor propio. Aún estás a tiempo: cubre cada carencia afectiva que detectes y desarrolla desde cero su inteligencia emocional.

No lo olvides, trata a tu hijo de igual a igual y recuerda que llegar a su corazón puede ser sencillo si realmente te lo propones. Observa, escucha, imita, pregunta y predica con el ejemplo. Nunca creas que es tarde para dar el volantazo que te lleve al éxito en esta bonita misión que implica la maternidad.


Este texto se ofrece únicamente con propósitos informativos y no reemplaza la consulta con un profesional. Ante dudas, consulta a tu especialista.