5 cosas que aprendí cuando dejé de gritarles a mis hijos

Gritarles a los niños es una acción totalmente descontrolada y nada didáctica. Cuando logres relajarte es cuando podrás comenzar a disfrutar de la maternidad.
5 cosas que aprendí cuando dejé de gritarles a mis hijos
Elena Sanz Martín

Revisado y aprobado por la psicóloga Elena Sanz Martín.

Escrito por Equipo Editorial

Última actualización: 17 mayo, 2020

Ser madre es una tarea realmente gratificante. Sin embargo, algunas veces el agobio del día a día no nos permite recordar la maravillosa labor que tenemos entre manos. Así, al finalizar la jornada es posible que en varias ocasiones te hayas encontrado a ti misma reprochándote: hoy volví a gritarles a mis hijos.

Y es que a veces somos nosotras mismas las que nos volvemos excesivamente exigentes Queremos hijos perfectos de los que no alzan la voz ni ensucian la ropa. Niños discretos, con cuartos perfectamente ordenados y excelentes calificaciones. Pero la realidad es que esos niños solo existen en las revistas.

Así que cuando me relajé y dejé de gritarles a mis hijos aprendí grandes lecciones que hoy quiero compartir con todo. Pues finalmente la maternidad es para disfrutarla.

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Lecciones que aprendí cuando dejé de gritarles a mis hijos

Lo perfecto es enemigo de lo bueno

Aprendí que no necesito ser una madre perfecta, competir ni demostrar nada a nadie. Entendí que mis hijos me prefieren menos correcta y planificada y mas espontánea y feliz.

Tal vez doblar la ropa mañana o lavar los platos en otro momento me hacen una mamá más humana y más relajada. Eso me hace una mejor mamá. Tal vez mi casa no esté de portada de revista, pero la sonrisa de ellos sí y es porque he dejado de gritarles.

No tengo hijos perfectos, tampoco los quiero perfectos

Mis hijos son perfectamente imperfectos. Se les derrama el jugo, no les gusta bañarse, riñen para ordenar el cuarto, no les gustan los vegetales y siempre quieren un juguete nuevo… Pero, ¿cómo podrían ser distintos? ¡Son niños!

Los amo así como son, como un torbellino de risas y de besos. A veces imprudentes porque son espontáneos, a veces gruñones porque tienen su propio punto de vista de las cosas, a veces caprichosos porque solo quieren ser felices.

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Soy la mamá que mis hijos necesitan

Aun antes de que llegaran a mi vida, ya tenía ideas de cómo quería criar a mis hijos. Planifiqué qué iba a hacer en cada situación pues no quería ser una mamá improvisada.

Me imaginé cómo le iba a enseñar a rezar y también modales en la mesa. Me dije a mí misma que jamás les daría comida chatarra y que los enseñaría a ser valientes, independientes y generosos. En fin, hice planes con personas que no conocía, ¡tamaño error!

Luego me di cuenta de que debo ser la mamá que cada uno de ellos necesita, no la que planifiqué ser. En unos momentos firme, cálida para otros, a veces protectora y otras veces motivadora. Porque cada hijo me necesita diferente, porque cada uno de ellos es diferente.

Las miradas de los demás sobran

Tengo muy buenas amigas con las que puedo compartir con sinceridad las dificultades que voy encontrando al criar a mis hijos, escucho las suyas también. Nos reímos y nos preocupamos juntas, buscamos alternativas o nos hacemos llamados de atención.

Pero también he aprendido que hay miradas y palabras que sobran, las de las personas poco sinceras que fingen perfección solo para aparentar. Esas miradas, esos consejos hoy en día me valen nada.

Aprendí a superarme a mí misma, pude dejar de gritarles a mis hijos

Mis hijos me han enseñado a dar la milla extra en esos momentos que ya me veía agotada. Me han enseñado a superarme a mí misma, a ser mejor ser humano, a perdonarme con una fe inquebrantable en la próxima oportunidad.

Hoy en día soy realmente una mejor versión de mí misma. Tal vez mi cuerpo y mis ojeras digan lo contrario, ¡ni hablar de mis uñas! No digo que no extrañe verme como antes, seguramente sería genial, pero no cambio por nada haberme convertido en lo que soy.

Cada día me levanto con el deseo de ser una mamá a su altura. Con la fuerza indetenible para lograr educarles como cada uno necesite, controlando mis impulsos y mi ego.

Realmente, no todas las noches me acuesto satisfecha. Algunas sí y mucho, pero otras siento que me voy a la cama debiéndoles un mejor día, algunos abrazos y tal vez mucha paciencia. Esos días, más que ningún otro, me acuesto con la total convicción de que mañana tendré una nueva oportunidad de no gritarles a mis hijos.


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